Antología de mujeres poetas en torno a la generación del 27

Mujeres y peces en la tierra

14 de abril de 2011.

Por Raquel Rico

Madrid | Estado Español | Voces de mujeres | Opinión | Historia | Crítica cultural | Escritoras



Elaborada por Pepa Merlo, autora a su vez de un valioso estudio de 78 páginas que sirve de pórtico a la colección de poemas


Madrid, 14 abr. 11. AmecoPress.- Muchas cosas podrían decirse sobre la vocación poética, sobre un oficio en el que para nombrar las emociones resulta imprescindible una conciencia, una reflexión sobre esas emociones y una elaboración formal que logre transmitirlas.

Es una vocación que desasosiega, que nos obliga a enfrentarnos con las incógnitas de la vida, de la nuestra y de la de todos, a poner en evidencia nuestra debilidad. Por eso hace falta mucha fortaleza, mucho valor y también mucha seguridad para atreverse a recorrer un camino pantanoso en el que siempre serán mayores las dificultades que los logros.

Y la lectura de la reciente antología Peces en la tierra, dedicada a la poesía escrita por mujeres contemporáneas de la generación del 27, permite constatar una realidad innegable: las enormes dificultades de quienes vivieron un tiempo en el que los avances que en la enseñanza y en la condición de la mujer introdujo la República, retrocedieron drásticamente con el franquismo; unos años en los que tuvieron que optar entre el exilio o la también dura permanencia en una España franquista.

Y esas circunstancias, si bien afectaron igualmente a los poetas de esa generación, tuvieron desde luego una incidencia mayor en las mujeres, en unas mujeres que tenían que luchar, tanto con las limitaciones impuestas por una sociedad patriarcal, como con sus propios condicionantes, con sus propios miedos.

En la mayoría de los casos su obra es breve, está fechada en años de juventud, y los poemas transmiten al lector de hoy, o al menos así ha sido en mi caso, la evidencia de una opresión y también la inseguridad y las autolimitaciones de quienes tenían demasiadas cadenas que romper.

Por eso en algunas de ellas hay facilidad, ingenio y oficio pero no ambición, quizás porque no querían o no se sentían capaces de asumir tantas dificultades. Gloria de la Prada, escribirá en 1917, antes por tanto de la breve apertura que significaron los años de la República: ¡Qué fatiga ser mujer!/ Es tan solo un caminito/ el que nos dejan correr.

En el caso de Pilar Valderrama, una mentalidad conservadora, que muchas veces es también cobardía, se refleja ya en poemas que fueron escritos con anterioridad a su relación con Machado y que resultan significativos de su relación con el mundo. Un libro de 1925 se titula Huerto cerrado y en un poema del mismo nombre dirá: …por fuera la vida/y yo aislada dentro. En otro, llamado El beso, utilizará con reiteración palabras como infierno, llanto, abismo negro, pecado, fruta prohibida. Ella misma dice que a su marido no le agradaban sus aficiones y desde luego, en la valoración de estas obras, es necesario tener en cuenta una particular dificultad que indudablemente tienen las mujeres que se dedican a profesiones creativas: la falta de comprensión y estímulos en su vida privada que se añade a la también falta de valoración social.

Hay promesas que se frustran, como Ma Teresa Roca de Togores, que publica a los 15 años un libro de insólita madurez y que silenciará esa vocación durante muchos años, tras contraer matrimonio o Esther López Valencia, autora de un único poemario, prologado además por su padre, quien califica los poemas de su hija de “efusiones líricas”, renuncia expresamente a reseñarlos y se limita a hablar de ese Escorial que titulaba el libro.

Otras, como Rosa Chacel o Concha Méndez consolidaron una obra de indudable interés. En la de Chacel, abierta también otros géneros: cuento, ensayo, novela, se percibe igualmente un entendimiento de la poesía como territorio oscuro y peligroso: A la orilla de un pozo, y Versos prohibidos se llamarán dos de sus libros.

Y en cuanto a Méndez, su figura resultará ensombrecida por la indiferencia de unos contemporáneos que sólo la consideraron portavoz de la vida de los otros, testigo de otras obras, de otras vidas; la de los poetas varones de su generación. Seguramente por eso sus versos repiten insistentemente la palabra sombras, que titulará uno de sus libros, Niño de sombras, y por lo que escribe en su poema “El silencio”: …No sé que hacer bajo el peso/ de esta losa.

Pero desde luego hay vidas y obras que reflejan decisión, valor, pasión. Quienes nacieron en los comienzos del siglo XX tienen ya mayor formación intelectual, como Cristina de Arteaga, una de las primeras mujeres en doctorarse, o María Cegarra, Licenciada en Química y que ejercerá como tal. En consonancia con esa profesión cotidiana, Cristales míos se llamará uno de sus libros y por sus poemas sabremos que tiene un proyecto personal y una identidad asumida: existe cuando canta sus sueños, quiere crear, volar en la amplitud, y el sol le espera en la otra orilla. Repite insistentemente la palabra realidad, una realidad que la condiciona, que la limita, pero tiene en su costado una chispa de pedernal y su corazón arde. Y también una rebeldía que es pasión y modernidad está presente en los poemas de Elizabeth Mulder. En ellos afirma que no quiere sumisión ni mansedumbre y utiliza palabras intensas: tormenta, rayo, volcán, río, ansia, oleaje.

Carmen Conde y Ernestina de Champourcí lograron además el reconocimiento de sus contemporáneos y tuvieron desde luego una personalidad muy fuerte. Conde utiliza reiteradamente un “yo” decidido, que es torre y palmera y medida del mundo, y Champourcí escribe desde los años 30 en verso libre y de esas fechas es un estupendo y moderno poema titulado “Volante”. Pero también en este caso los títulos de sus libros nombran las extremas dificultades de este oficio: En silencio, La voz en el viento, Cántico inútil, Cárcel de los sentidos, Cartas cerradas, Presencia a oscuras, Del vacío y sus dones, Huyeron todas las islas.

Finalmente, Peces en la tierra –la única obra de Margarita Ferreras– es la que da título a la antología y también a este artículo, y la razón está en que tanto la ausencia de datos biográficos como la breve reseña de Manuel Altolaguirre –en cuya imprenta se edita– resultan significativos de las enormes dificultades de ser mujer y poeta en esos años. En ella explicará la razón del título: como un pez en la tierra es la mujer enamorada. Así se mueve. Es la mujer que siente las sacudidas de una gran pasión. Un crítico poco atento leyó el título como paz en la tierra y se limitó a reseñarlo como un libro de profundos sentimientos religiosos, a situarlo en el territorio de lo admisible. Y, sin embargo, sus poemas son justamente lo contrario, enormemente interesantes y transgresores, tanto cuando se define en el amor –“ni argolla ni dogal quiero ser”– como cuando describe, y dedica a Ortega y Gasset paisajes en los que pesa el cielo como una idea fija y la última flor ha nacido con la boca amoratada.

Ahora, sin que la condición de la mujer sea la ideal, al menos se han erradicado algunos de los prejuicios de un pasado en el que, como decía el poema citado al iniciar este artículo, era solo un caminito el que nos dejaban correr.

Foto: Archivo AmecoPress.

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Estado Español – Opinión – Crítica Cultural – Historia – Voces de Mujeres – Escritoras. 14 abr. 11. AmecoPress.

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