FUE NOTICIA EN 2010
Matute y Puértolas abren las puertas del cambio
El reconocimiento de las figuras españolas femeninas en las letras puede contarse con los dedos de una mano
Madrid, 02 dic (10). AmecoPress. La semana pasada ocurrieron simultáneamente dos hitos en la historia de la literatura española escrita por mujeres: mientras que una escritora leía su discurso de incorporación a la Real Academia Española, otra recibía la noticia de que acababa de ser galardonada con el Premio Cervantes.
Soledad Puértolas y Ana María Matute no compartirían artículo si fueran hombres. Es el hecho de ser mujeres y ocupar puestos tradicionalmente masculinos en lo más alto de las letras españolas lo que las convierte a nuestros ojos en pioneras de una transformación social en la que el engranaje que tanto ha costado montar parece que ha empezado a moverse.
En toda la historia de la Real Academia Española sólo cinco mujeres han conseguido ocupar una “letra”, y las cinco se sientan ahora en ella. Ana María Matute goza del honor de haber sido la primera mujer elegida para ocupar tal posición, lo que hace aposentada en la ‘K’ desde el 18 de enero de 1998 (fue elegida el 27 de junio de 1996). Hubieron de pasar doscientos setenta y cinco años desde que en 1713 se fundara la institución para que una mujer formase parte del objetivo de “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza” con el que Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, levantó la Real Academia.
Cabe preguntarse si hasta el año 1996 ninguna mujer gozaba de la suficiente propiedad, elegancia y pureza en el habla. De hecho, la función del ente hubo de cambiar para acoger a alguien de sexo femenino y desde 1993 tiene como misión principal “velar porque los cambios que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”. Las mujeres han sido invitadas a participar en la etapa “integradora” en lugar de la purista.
Tras la incorporación de Matute, vino la de la historiadora Carmen Iglesias (2002, sillón ‘E’), la investigadora Margarita Salas (2003, sillón ‘i’), la filóloga Inés Fernández Ordóñez (2008, sillón ‘P’) y la escritora Soledad Puértolas, que el pasado 22 de noviembre tomó posesión del sillón ‘g’, y quien en una entrevista en AmecoPress, consultada sobre la escasa presencia femenina en la institución, contestó: “Es una institución fundada a comienzos del siglo XVIII. Da la impresión de que en los últimos años está mucho más en el presente”.
Liderando el cambio
También la semana pasada, Matute recibió a sus 85 años la gran noticia de haber resultado galardonada con el enorme reconocimiento que supone el Premio Cervantes en las letras hispanas. En esta hazaña no es la primera, sino la tercera mujer en romper con los secretos preceptos que han mantenido a este grande de la literatura alejado de las mujeres.
Antes acabaron con la maldición femenina la española María Zambrano en 1988 y la cubana Dulce María Loynaz en 1992. Si paramos a pensar que el Cervantes se concede desde 1976, aun no acercándose a la pésima estadística de participación en la Academia, vuelve a recordarnos el poco peso que consiguen las literatas en el reconocimiento de su trabajo.
Matute acumula junto al Cervantes muchos otros premios de las letras hispanas (Planeta, Nadal, Premio de la Crítica y Premio Nacional de las Letras, entre otros, y eso que pasó 20 años sin escribir). Son pocas las mujeres que pueden regodearse de tanto éxito, y cabe preguntarse cuantas barreras hay que romper en el camino.
Reconocimientos “masculinizados”
Otra muestra de la senda que siguen los premios de alto reconocimiento la tenemos al norte de Europa, en los que son quizá los galardones más valorados, y seguro que los más conocidos. Los Premios Nobel de Literatura se han concedido desde sus inicios en 1901 tan sólo en diez ocasiones a mujeres: Selma Lagerlöf (1909), Grazia Deledda (1926), Sigrid Undset (1928), Pearl S. Buck (1938), Gabriela Mistral (1945), Nelly Sachs (1966), Nadine Gordimer (1991), Toni Morrison (1993), Wislawa Szymborska (1996) y Elfriede Jelinek (2004).
De vuelta a nuestras fronteras, más de lo mismo. El Premio Nacional de Narrativa, en sus más de 80 años de historia, sólo lo han recibido cinco mujeres: Concha Espina en 1950, Carmen Laforet en el 57, Ana María Matute en el 59, Carmen Martín Gaite en el 78 y Carmen Riera en el 95. El Premio Nacional de la Crítica en narrativa, creado en 1956, sólo ha reconocido a dos mujeres: Matute, también en 1959 (por su novela “Los Hijos Muertos” en ambos casos) y Elena Quiroga en el 61. El de poesía sólo cuenta con tres nombres femeninos en sus filas.
Participación y representación
La escasa incorporación femenina a la Real Academia de la Lengua puede parecer anecdótica, pero lo cierto es que representa una forma de pensar y de actuar androcentrista establecida en la sociedad. En una comunidad (la española) formada a partes iguales por mujeres y hombres y ya en pleno siglo XXI, con un activismo feminista eficaz, organizado y en plena actividad desde hace más de tres décadas que ha permitido la incorporación de las mujeres a todas las esferas públicas y entre ellas a la cultura, no cabe pensar que entre “ellas” no hay destacadas figuras al mismo nivel que entre “ellos”. Sin embargo, son los hombres los que siguen tomando las decisiones y representando el conjunto de la profesión.
Lo mismo que ocurre en el reconocimiento a la labor literaria se puede extrapolar a las artes plásticas o al cine. Sólo un 7% de las películas están dirigidas por mujeres, y si las diferencias no se producen de forma tan notable en la pantalla se debe en gran medida a las necesidades de guión: en las historias, como en la vida real, hay mujeres y hombres. Es más, las cámaras tampoco se libran de los estereotipos: el propio cine tiende a colocarlos a ellos como protagonistas que encarnan los valores “humanos”, mientras que para ellas suelen reservarse los valores “femeninos”.
La escasa presencia de mujeres en los órganos de toma de decisiones conduce a la inercia responsable de la perpetuación de los modelos: los hombres eligen, y eligen a hombres. No significa esto que las mujeres vayan a elegir a mujeres; de hecho, fácilmente se podrían contagiar de la inercia de sus compañeros. Pero pertenecer a la mitad del mundo menos visible, aun cuando no hayas sido muy consciente de ello, permite una mayor capacidad de percepción del entorno. Identificar con más facilidad allí donde ellos no ven o no quieren ver. Las mujeres acumulan menos prejuicios ante su condición de mujer (aunque también los tienen, al igual que no todos los hombres son prejuiciosos) y se mostrarán más espontáneas y más libres frente a la obra de sus compañeras.
En cualquier caso, para superar la brecha en la Real Academia Española las herramientas disponibles resultan inservibles. El sistema de cuotas planteado por la Ley de Igualdad para garantizar una composición equilibrada entre mujeres y hombres en las esferas de decisión no parece ni suficiente ni pertinente al tratarse de un organigrama vitalicio. La evolución hacia una participación más equitativa queda supeditada al cambio de mentalidades y al paso del tiempo.
Hacia referencias no sexistas
Parte de ese papel adaptador de la lengua a los tiempos de la Real Academia Española se fundamenta en la observación del entorno para absorber los cambios producidos en su uso cotidiano. Recientemente se han incorporado modificaciones tan impensables cuando íbamos a la escuela como que ningún monosílabo lleve acento ortográfico, a pesar de su naturaleza diferenciadora. Palabras como “muslamen” se han incorporado (para referirse especialmente a los muslos de las mujeres) y hasta se ha intentado cambiar el nombre de la letra ‘y’ de “i griega” a “ye”.
En este sentido no es descabellado que también se promueva el uso de un lenguaje no sexista y la incorporación de vocablos no discriminatorios de forma progresiva pero concienzuda. Cabe preguntarse si algún académico con fama de machista y misógino tendrían algo que decir al respecto, pero esta labor, junto a la propia capacidad de la literatura para generar referencias igualitarias, sería sin duda un importante impulso hacia una sociedad libre del patriarcado.
Fotos: archivo AmecoPress
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Cultura - Liderazgo - Voces de Mujeres; 02 diciembre (10), AmecoPress