¡Cómo se han puesto¡

16 de julio de 2008.

Por Lidia Falcón

Barcelona | Opinión | Lenguaje no sexista



Por un lenguaje no sexista


Desde hace cincuenta años estoy defendiendo tesis que erosionan por la base el sistema patriarcal –antaño estuve sola, hoy son más conmigo las feministas que apoyan tan revolucionarias tesis- y que parecen gravemente perturbadoras de la calma social, y sin embargo no había recibido nunca antes tantas y tan agresivas respuestas, acusaciones e incluso insultos, como cuando me he atrevido a apoyar la expresión “miembra” que la Ministra de Igualdad tuvo la ingenuidad –o la valentía- de expresar hace unas semanas.
 
Ni siquiera cuando, después de haberme negado durante décadas a hacer mío el eslogan de “contra violación castración” me decidí a aceptar tan drástica solución contra los violadores y pederastas condenados y reincidentes, viendo indefensas a las víctimas ante la impunidad de los agresores, provoqué tal alud de cartas, comentarios y artículos como los que ha suscitado el que este Periódico me publicó, titulado “Yo también soy miembra”.
 
Cerril, policía de la feminidad, ignorancia descomunal, engendro, arbitrariedad, ignorancia brutal, plasta, desocupada son algunos de los calificativos con que me obsequian mis críticos.
 
Uno de ellos, académico de la lengua, y más parece gendarme de ella para que nada se diga sin su permiso, de cuyo nombre no vale la pena acordarse, me llama momia del feminismo, supongo que en referencia a mi edad.
 
Imitando a Cervantes contestando a otro botarate que lo tildó de viejo, sólo puedo decir, “como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí”.
 
Aunque pienso que si por mí ha pasado no lo ha hecho por otros, porque las diatribas en el tono más violento que he recibido ahora son parecidas, y hasta peores, a las que mi discurso provocaba hace medio siglo.
 
Y que muchos de los que se creen tan modernos no han avanzado más que aquellos que en cada conferencia mía, cuando no frisaba los treinta años, me recordaban el femenino papel que cumplen las ovejas y las palomas, divinos ejemplos del que debíamos aceptar las mujeres.
 
Y no exagero, que el académico indignado compara el término de feminicidio para el asesinato de mujeres, que yo reivindiqué en el tan nombrado artículo, con el de “elefanticidio” o “canicido” y le da lo mismo hablar de leones, de ratas, de tigres, de jirafas o de cebras que de mujeres, porque para él deben ser iguales unas que otras, y seguramente a éstas últimas las trata como lo haría con aquellas.
 
A pesar de mi ignorancia brutal y de la muy superior sabiduría de mi crítico, éste no se ha enterado de que el término “feminicidio” para tratar de la masacre de mujeres que se está produciendo en varios países está ya implantado en América Latina, y en la Ley de Violencia contra la Mujer de Méjico así ha sido introducido por los grupos feministas que lo defendieron y fue aceptado por los legisladores, los senadores y los profesores de la Universidad, que todos ellos padecen una ignorancia brutal. 
 
Entendieron, tanto ellas como ellos, que al expresar la matanza de mujeres con el vocablo “homicidio” se producía la confusión de que pareciera referirse a la muerte de hombres, o quedase en la indefinición la descripción de unos horribles hechos que sólo afectan a mujeres.
 
Y si, como mis críticos me explican con más irritación que paciencia, la etimología de “hombre” es en latín “humus” que significa tierra, y que por tanto al decir “el hombre” en general se está diciendo lo mismo que ser humano, de tal modo que el hombre es el genérico de toda la humanidad, lección que ya me dieron en los lejanos tiempos de la enseñanza primaria, todos sabemos, gracias a nuestra cultura cristiana, que fue Adán el fabricado de tierra y que Eva derivó más tarde de una costilla de aquel, por lo que la fémina del “humus” debería, según ese mismo razonamiento, denominarse “costillar” o “cárnica”, entendiendo que enseguida el barro de Adán se convirtió en los músculos y los huesos que permitieron a Eva existir.
 
Todas estas controversias serán miradas como tonterías ¿dentro un siglo?, al igual que hoy comentamos la polémica que se armó cuando el tranvía se instaló en Madrid y los Académicos de la Lengua, aquellos inmortales de los que nadie se acuerda, se empeñaron en que el término inglés “tranway” debía ser femenino y así apareció en su diccionario “la tranvía”, mientras el ignorante y cerril pueblo español se empeñó en llamarle “el tranvía”, y transcurridos unos años sin que los estúpidos celtíberos se apearan de su burricie, los académicos cambiaron el género del vehículo y hubieron de resignarse a nombrarle en masculino.
 
Porque al final el habla es del pueblo y no de los gramáticos, o de los que así se creen, porque sino seguiríamos hablando en latín y no en el “roman paladín” en que se expresaba nuestro Gonzalo de Berceo.
 
Y ahora que hemos empleado tanto tiempo en dirimir estas gurruminas del lenguaje que sólo a los desocupados académicos les importan, me pregunto, ¿no será esta una sutil manera de distraernos de tantos y tan penosos problemas como sufrimos las mujeres? Ninguno de esos señores que tan indignados se han sentido por vocablos como miembra y feminicidio, gastaron nunca una miaja de su tiempo en protestar contra las injusticias que padecen las mujeres en todo el mundo. Que casualidad.
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Foto: AmecoPress
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Opinión- Lenguaje no sexista- 16 julio, 08 (AmecoPress)

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