Asesinatos recurrentes
Madrid, 14 julio. 15, AmecoPress. Cuatro mujeres asesinadas en la última semana por parejas o exparejas. Procedimientos usados por los asesinos que a fuerza de ser repetidos parecen anestesiar la conciencia social. Acaso motivaciones comunes. Víctimas que no habían denunciado, víctimas que sí lo hicieron, víctimas con 27 años o con 22. Nuevas víctimas que parecen llegar a nosotros sin nombre propio. Porque son víctimas de una violencia que se ha naturalizado, portando con ella la indiferencia de una sociedad que no reacciona.
Hay imágenes recurrentes que ilustran la sensación de retroceso, o al menos de insuficiente avance. En 1997, en Granada, Ana Orantes confiesa en televisión que sufre maltrato a manos de su exmarido con el que había estado casada 40 años. “Estoy enterrada en vida”, concluía. A los pocos días, fue quemada viva en el patio de su casa por José Parejo Avivar. Su caso se convirtió en el germen d la Ley integral contra la Violencia de género del 2004. Dieciocho años después del asesinato brutal de Ana Orantes, un 10 de julio de 2015, el patrón se repite en Santa Cruz de Tenerife. Esta vez el acto de quemar viva a una mujer es público: David Batista acaba así con su expareja Laura González, de 27 años.
El miércoles, otra joven de 25 años murió tras ser apuñalada por su pareja de 29 años en un domicilio de la localidad madrileña de Arganda del Rey. El martes, los cuerpos de una mujer, de 30 años, y de su compañero sentimental, de 36, aparecían en el interior de un vehículo en una pista forestal de A Telleira, en Santiago de Compostela. Se trataba de un caso de violencia machista por parte de la expareja de la mujer. Finalmente, el pasado domingo, en la localidad asturiana Pravia, la policía encontraba los cadáveres de una mujer y su pareja en la casa que compartían.
Cuatro asesinatos que elevan el número de víctimas mortales por violencia de género a 21 en lo que llevamos de 2015. Además, otros tres casos se encuentran en investigación. Uno de los aspectos que preocupa es el hecho de que se estén produciendo casos entre la gente más joven y es que dos de las cuatro víctimas no llegaban a la treintena de edad.
Solo en España llevamos cerca de ochocientas mujeres asesinadas a manos de los hombres en la última década por el hecho de ser mujeres. Es suficiente motivo para preguntarnos por las razones, las causas, los elementos sociológicos, morales y políticos que conducen a semejante atrocidad. Pero nadie aborda esta realidad con la virulencia y la claridad con que se asumen otras. Si esas muertes hubieran sido provocadas por alguna organización terrorista hubiera temblado el mundo. Si fueran empresarios, ministros, o futbolistas, la respuesta sería unánime y contundente. Pero son mujeres las que mueren y eso parece carecer de importancia.
Silencio y pasividad
Si hacemos seguimiento a cada caso es claro que el asesinato es el último paso en una larga y tortuosa cadena de hechos a los que nadie parece querer enfrentarse y que son cruel expresión de la cultura patriarcal en la que vivimos. Las mujeres asesinadas fueron antes coaccionadas, vejadas, insultadas, degradadas, controladas, atemorizadas, maltratadas, pegadas y violentadas de distintas maneras por el mismo sujeto que luego acaba con su vida. Y de eso nadie parece querer hablar. Ni la familia, ni las amistades, ni el vecindario, ni las instituciones, ni las autoridades, ni los medios de comunicación alertan y profundizan en ese contexto previo al asesinato y en el que muchas mujeres viven durante años. Seguramente en muchos casos esta postura pasiva se asume no porque se esté de acuerdo con la violencia, sino porque múltiples “razones” y creencias vengan a justificar ese silencio. Pero el caso es que las dejamos solas y las hacemos invisibles.
El patriarcado quiere mujeres obedientes
Día tras día aparece el nombre de una mujer asesinada en nuestras noticias y las imágenes se repiten de una manera casi idéntica. Una noticia como otra cualquiera. Se habla de estadísticas. Se ofrecen datos. Se hacen algunas declaraciones. Y luego, de nuevo, el silencio. Y es que hay cosas que es mejor no nombrarlas para no hacerlas evidentes. Si visibilizamos y profundizamos en la violencia de género, tendríamos que cuestionar y mostrar otras muchas cosas, sobretodo tendríamos que visibilizar a las mujeres. Y de momento, a las mujeres se las nombra siempre y cuando respondan a los patrones y los intereses de un mundo dominado por los hombres.
En las sociedades patriarcales como la nuestra se minimiza y se obstaculiza a aquellas mujeres con voz propia. Las luchas por la igualdad son postergadas. Los reclamos feministas degradados. Y es en ese contexto en el que la violencia arraiga y perdura, fortaleciéndose incluso cuando los reclamos y la autonomía de las mujeres avanzan. Como sucede en gran parte de esos asesinatos. Muchas veces se producen cuando la “víctima” decide salir de la situación de violencia en la que vive, bien separándose, o denunciando, buscando un trabajo y unas amistades que le den autonomía, recuperando la vida que le fue arrebatada. Es ahí cuando el violento pone fin a la “desobediencia”.
Hemos de desobedecer. No podemos callar. La indiferencia ante estos crímenes bárbaros, inadvertidos o tratados con superficialidad por los medios de comunicación, responde a la cultura patriarcal que nos envuelve. Invisibilizar el acto violento abre la puerta al siguiente. Aunque sea difícil, hemos de ahuyentar el nihilismo y la desesperanza que intenta matar la posibilidad de imaginar y construir otros modos de vida en los que no haya lugar para la discriminación y la violencia machista.
Fotos: AmecoPress
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Estado español – Feminicidio – Violencia de género; 14 julio. 15. AmecoPress