Nicaragua: La abundancia de maternidad o "Yo tendré tu hijo, Brad"

14 de octubre de 2011.

Por Sylvia R. Torres

Economía | Internacional | Salud | Salud reproductiva | Feminismo | Managua - Nicaragua





Managua, 14 oct. 11. AmecoPress/SEMlac.- A propósito de las demandas escuchadas el pasado 28 de septiembre, día internacional de lucha por la despenalización del aborto, celebrado con marchas y foros por toda Nicaragua, quiero echar mano de algunos conceptos de economía -los de oferta y demanda-, para plantear una propuesta de revalorización de la maternidad, pues esta se encuentra, a mi juicio, muy devaluada.

Esta contribución bien pudiera llevar el título "Yo tendré tu hijo, Brad". Este fue el lema de una camiseta muy vendida en los Estados Unidos, cuando el actor estadounidense Brad Pitt se separó de su primera esposa, Jennifer Anniston, y la prensa del corazón lo atribuyó a la negativa de la actriz a tener hijos.

En Nicaragua, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (Endesa), cuatro de cada 10 mujeres menores de 19 años han estado embarazadas, y es probable que ya tengan más de una hija o un hijo. Al parecer, las mujeres, como colectivo genérico, especialmente aquellas que habitamos en los países más pobres, estamos exageradamente dispuestas a ser madres.

Queremos los hijos no solo de Brad Pitt -quien no está nada mal-, sino de cualquier hijo de vecino que nos haga palpitar el corazón.

Hace unos 20 años, cuando yo estaba en el pico de mi edad reproductiva, las estadísticas nacionales indicaban que en el país había 5,5 hijas e hijos por mujer. Ahora son 2,7 en las mujeres de las zonas urbanas y 3,5 en las del campo.

Pero el asunto no está nada bien: Nicaragua ocupa el nada honroso primer lugar en los embarazos de niñas y adolescentes en las Américas. Una situación que afecta más duramente a las jóvenes rurales y a las de menor educación.

En este país se venera la maternidad como el más alto escalón que puede alcanzar una mujer, mientras se desprecia a las madres concretas y se las culpa por la situación de miles de niñas y niños que trabajan en las minas, en los basureros, en los semáforos o están sometidos a la explotación sexual. Hay poca protección de la maternidad como institución social.

La maternidad y el feminismo

En el pensamiento feminista ya están bastante superadas aquellas posiciones en las que se consideraba la maternidad como una cárcel. Se rechazaba su ejercicio porque se le percibía como una cautividad que atrapaba a las mujeres, impidiéndoles alcanzar sus sueños de, por ejemplo, obtener una carrera profesional, al hacerlas sufrir de pobreza de tiempo causada por el trabajo que implica cambiar y lavar pañales, cocinar moguitos (papilla licuada para bebé), despertarse varias veces en la noches, etcétera, etcétera...

Labores éstas que solo cambian con el tiempo, pues el trabajo de una madre nunca termina y hay mujeres que aún dicen o piensan: "mi bebé tiene 45 años o 60".

Hoy día, las feministas reclamamos la maternidad como un derecho que elegimos gozar libremente. Reclamamos la potestad de decidir cuándo queremos ser madres y aspiramos a compartir con nuestras parejas el cuido de la progenie. Queremos la maternidad como una opción y no una cruz impuesta por la biología y, cuando no tenemos la capacidad biológica para concebir, no queremos sentirnos incompletas o fallidas.

Ser madres es un deseo profundo para muchas mujeres y es una fuente de satisfacción y realización. Dice la investigadora mexicana Marcela Lagarde que el feminismo es una ideología del bienestar y de los derechos humanos y, como feministas, respetamos la integridad de las mujeres que desean ser madres. Es más, demandamos que el Estado proteja esta institución social proveyendo leyes y facilidades para mejor desarrollar esta función.

Algo hemos avanzado. En mis investigaciones antropológicas, encontré a una señora, hoy de 90 años, que decía con orgullo que ella jamás hizo que su marido chineara (llevar en brazos o a cuestas) a sus hijos en la calle, mientras que a las mujeres de ahora no les importa exhibir a sus hombres con bolsos de pachas (biberones) cargando bebés.

Ciertamente, esas ideas hegemónicas del ejercicio de la masculinidad como algo opuesto al cuidado y a la expresión del afecto han cambiado. Todas conocemos ejemplos de cuidado compartido, haciendo posible lo que antes era impensable.

Pero aún falta mucho por cambiar, porque hay mucha crianza de hijos ejercida por mujeres solas, mucha niñez abandonada, condenada al trabajo, algo que la escritora María López Vigil ha nombrado "aborto social" por parte de muchos hombres.

A despecho de que alguien considere vil y rastrero comparar la maternidad con cualquier mercancía, creo que bien vale la pena el esfuerzo.

La maternidad y la economía

Apelando a los principios de la economía de mercado, cuando nos referimos a la oferta y la demanda estamos hablando de la relación entre el precio de un bien y sus ventas.

La ley de la oferta indica que esta es directamente proporcional al precio; cuanto más alto sea el precio del producto, más unidades se ofrecerán a la venta.

Por el contrario, la ley de la demanda indica que ella es inversamente proporcional al precio: cuanto más alto sea este, menos demandarán los consumidores. Por tanto, la oferta y la demanda hacen variar el precio del bien.

A partir de este postulado, tenemos abundancia de maternidad, haciendo que ésta exceda la demanda y este desborde está inmerso en la cultura patriarcal.

Razones

Primero, la falta de individuación de las mujeres, puesto que no se nos concibe como individuas, sino como extensión de otras personas, causas o instituciones. No se admite que la relación entre dos personas ocurra simplemente porque ellas quieran compartir la vida, los sueños, la sobrevivencia, porque se gustan y aceptan entre sí. Se cree que las parejas se forman para reproducir la especie.

Entonces -como decía una-, no nos hemos terminado de enamorar cuando ya queremos tener hijos del sujeto de nuestro amor. Y si alguna mujer no quiere tener hijos, siempre habrá alguien del colectivo genérico que le diga al hombre, como a Brad Pitt: "yo te lo tengo". Pero, en la sociedad, mientras la mayoría de las mujeres aparecemos tan ofrecidas para ser mamás, la mayoría de los hombres aparecen, por lo menos, desinteresados en ser papás. Y si no lo creen, vean las estadísticas de hijos no reconocidos y demandas alimenticias.

Mediante el lenguaje, el colectivo masculino refuerza la idea de que la progenie es asunto de las mujeres, "me tienen un hijo", dicen. No importa que la pareja esté casada: criar es asunto de mujeres. La mayoría tampoco asume la responsabilidad de cuidar su capacidad de engendrar y, a la hora de los embarazos no planificados, reclaman a la mujer "porque no te cuidaste".

Segundo, en una obra del griego Aristófanes, las mujeres hicieron una huelga de sexo para evitar la guerra. En la historia nacional se dice que las mujeres indígenas de Matagalpa decidieron no tener más sexo con sus hombres para no dar más hijos esclavos al conquistador español.

Con esos precedentes culturales, míticos o como sean, me pregunto si no va siendo hora de que las mujeres pongamos mucho más valor a nuestra capacidad reproductiva.

Hasta ahora, aunque la biotecnología ha avanzado mucho, sólo nosotras, mujeres, podemos concebir. Sólo a través de nosotras, los varones de la especie humana pueden ver el linaje familiar, su pelo, su juanete o su nariz aguileña retratada en otra persona. Sólo a través de nosotras, sus apellidos pueden continuar la historia, Pancracio primero, Pancracio segundo, Pancracito tercero.

Con estas consideraciones, y la ayuda de Adam Smith, David Ricardo y Wikipedia, para convocar a mis congéneres a reducir la oferta de maternidad manifestada y asumida unilateralmente por las mujeres; conscientes de que poseemos esta capacidad única para la reproducción humana, es hora de elevar la parada: subámosle el precio a la maternidad, negocien las condiciones de procreación con sus parejas y empecemos a hacerlo como colectivo genérico.

No es tarea imposible. Algunas ya negocian las condiciones de la procreación, pero para lograr esto se requiere la autonomía sicológica y económica de las mujeres. Se dan casos en los que las parejas negociaron que fuera el marido quien se quede en la casa cuidando el chavalero, y no todas son mujeres profesionales o del primer mundo.

Hay una mujer de una cooperativa de Occidente, que antes de salir embarazada negoció que fuera el papá quien se levantaría en la noche a cambiar al bebé y, por supuesto, está comprometido a procurar alimentos y ropa de la criatura.

Pensar en negociar las condiciones de la maternidad podría parecerles repugnante a algunas personas, pero se practica en lugares donde la condición de las mujeres está más cercana a la igualdad. En Suecia, el Estado le pasa al niño o niña una pensión mientras crece, y da permiso a cualquiera de los integrantes de la pareja para hacerse cargo de la crianza.

La maternidad elegida y la eliminación de las desigualdades en el acceso a los bienes sociales van de la mano. Sigamos luchando por eliminar la desigualdad, pero, mientras tanto, ayudémonos haciendo menos abundante la reproducción, valorizando en lo que vale la maternidad. Pues si hay que ser madre, que la pareja, la sociedad y el Estado nos lo reconozcan bien.

Valorar nuestra capacidad reproductiva, haciéndola menos abundante y más valiosa, solo puede resultar en mejor vida para hombres y mujeres, para la progenie, para la sociedad. Ya dejemos de circular por el mundo con la invisible camiseta que dice: "Yo tendré tu hijo, Brad".

Foto: Archivo AmecoPress.

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Internacional – Economía - Salud – Salud reproductiva - Feminismo. 14 oct. 11. AmecoPress.

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