Señales de dolor
La Habana, 30 ago. 11. AmecoPress/SEMlac.- Pocas veces se repara a tiempo en signos y señales apenas tomados en cuenta, casi imperceptibles o con los cuales nos acostumbramos a convivir, y que muchas veces nos pueden indicar que una relación de pareja no va por buen camino o puede transitar por cíclicos y reiterados malestares, e incluso terminar en fatales episodios violentos.
Las situaciones pueden ser diversas, según el contexto de que se trate, pero lamentablemente se repara en ellas, muchas veces, demasiado tarde. Es cuando sobreviene esa frase inocente, que intenta explicar lo que pasa, ante actitudes despiadadas de la pareja. “Él ha cambiado mucho, antes no era así, parece que me han cambiado a mi esposo y me han puesto al lado a otra persona”.
Pero luego se repasa el pasado y se encuentran las huellas de pequeñas acciones y reacciones que nunca se percibieron como tales, pero que ya denotaban mecanismos de control y dominio en la vida de pareja: desde pequeños disgustos o alguna mala cara si ella se retrasaba hablando con sus amigas, hasta la costumbre de rectificarle siempre todos sus errores, por mínimos que parecieran; e incluso las críticas permanentes porque hacía algo mal o de un modo que a su pareja le disgustaba.
Los ejemplos abundan en relatos de mujeres que vivieron esas situaciones alguna vez y recuerdan las expresiones de sus novios y esposos, en algunos casos con aparente intención de protegerlas; en otros, bajo el supuesto de un amor enorme: "no quiero que salgas sola con tus amigas porque les puede pasar algo", "me gusta que vayas solo conmigo", "esa ropa que llevas llama mucho la atención, mejor te cambias", "No quiero que vayas sola en el carro, porque todavía no manejes bien", "No me gusta que te sacrifiques por gusto trabajando en la calle, si yo te puedo mantener y no te va a faltar nada...” Y así, una larga lista de citas, hechos y deseos.
Es parte de lo que especialistas sobre el tema suelen identificar como “violencia sutil”, “microviolencias”, “micromachismos” o “maltrato encubierto”, entre otros nombres. En esas clasificaciones se incluyen las conductas sutiles y cotidianas que devienen estrategias de control, atentan contra la autonomía personal y suelen convertirse en invisibles o terminar legitimadas. Son esas señales que pueden estar anunciando un mal mayor, si no se reconocen y actúa a tiempo.
Esos y otros malestares han sido descritos por especialistas que conocen a fondo y siguen investigando el tema de la violencia conyugal o de pareja, la cual tiene entre sus principales víctimas a las mujeres.
En esos comportamientos en las relaciones de pareja tienen un peso grande las prácticas de relaciones muy cerradas y dependientes, herederas además de los preceptos de la cultura patriarcal y los roles tradicionales de género, marcados por la dominación masculina y la subordinación femenina en relaciones de poder autoritarias e impregnadas de contenidos sexistas.
También dinámicas familiares tradicionales, con fuertes desequilibrio en el desempeño de funciones y tareas, como es el caso de las labores domésticas o cuidados de los hijos y otros familiares, en las cuales no suelen participar los hombres y las mujeres acostumbran a desempeñar, a costo de cargar con dobles o triples jornadas de trabajo y el consiguiente descuido de su salud, aspiraciones personales y actividades recreativas.
Señales
Este de las microviolencias es un tema menos tratado, aunque es muy importante, incluso, para aprender a reconocer los primeros signos de otras violencias más visibles.
Motivo de análisis más reveladores en los últimos años por parte de especialistas de diversas disciplinas, se ha convertido también en una vía de alerta para la pareja, la familia y las sociedades; a la vez que en objeto de estudio de numerosas investigaciones.
En su artículo La violencia invisible, la profesora de la Universidad de La Habana, Lourdes Fernández, enumera varias de esas señales que, bajo el manto del amor romántico, posesivo e incondicional, se van instalando como prácticas naturales en la vida cotidiana de las parejas.
“Culpabilizar a las mujeres ante fallas en la educación de los hijos, en la atención y cuidado del hogar y la familia, prohibir o interferir en un nuevo vínculo amoroso de ellas, son formas de ejercer dominio y violencia psicológica, de someterlas, de hacerlas desistir de sus proyectos personales”, describe Fernández.
Entre otros comportamientos autoritarios, la profesora menciona la intolerancia, la explotación del trabajo de las mujeres, el intercambio desigual de cuidados y placeres, el retiro del afecto, la irritabilidad, la crítica, los ataques y culpas mediante quejas, reproches y descalificaciones, que la autora califica de “alternativas hirientes hacia las mujeres, muy típicas de parejas que hacen del vínculo una lucha por el poder y una batalla real”.
Igualmente, se pueden incluir actos cotidianos o esporádicos como ignorarlas, dejarles de hablar, generarles sentimientos de minusvalía, desesperación y dependencia, intimidarlas, imponerles ideas, controlarles gastos y dinero, invadir sus espacios o abusar de la capacidad femenina de cuidado, con los cuales se generan además sentimientos de culpa que pueden agravar la dependencia afectiva de la mujer, su baja autoestima y sentimientos negativos que la hacen aún más dependiente.
Tan arraigados se mantienen los aprendizajes tradicionales en hombres y mujeres, que la violencia termina por legitimarse y aceptarse como normal, “se naturaliza”, y culmina siendo aceptada cultural y socialmente, a veces bajo el disfraz de actos que llega a creerse incluso que se cometen en nombre del amor. En otras palabras: “él la quiere tanto, que no la puede dejar sola, la necesita a su lado, todo el tiempo con él y junto a él.
La quiere tanto que la quiere para él y solo para él”. Este dilema ha llamado la atención de no pocas especialistas e investigadores. “¿Cómo podemos no distinguir entre gestos de amor y posesividad?, ¿cómo podemos justificar el control que paraliza y anula?, ¿cómo puede la amenaza, la burla y la humillación reconocerse parte de los vínculos amorosos?”, se pregunta la profesora universitaria Clotilde Proveyer, doctora en Ciencias Sociales, en su artículo “Desmontando mitos para construir nuevas relaciones”. Y agrega: “Lo más peligroso de este proceso es su invisibilidad. Es tal la aceptación cultural de la superioridad masculina a nivel social, que no logramos identificar las señales que muestran al maltratador desde etapas iniciales de una relación.
Sin obviar el peso que tienen también los mitos y prejuicios que se han construido en torno a la violencia, Proveyer abunda en ejemplos obtenidos de las investigaciones, donde emergen descalificaciones, frases hirientes, mecanismos de control y hasta gestos ofensivos que terminan por aceptarse, bajo el manto del desconocimiento y de pautas de comportamiento aprendidas.
“Un elemento que modela las relaciones intergenéricas tradicionales, basadas en la inequidad –tal como lo evidencian estos y otros estudios-, es el ejercicio sistemático y no reconocido como tal de violencia sutil o simbólica, que constituye la antesala de la agresión física. Esas manifestaciones larvadas de violencia, que las mujeres muchas veces interpretan como parte de la compleja dinámica de las relaciones de pareja; y en ocasiones, incluso como muestras de amor posesivo, no siempre se identifican como una forma de agresión”, precisa la profesora de la Universidad de La Habana.
Definida como todo acto de omisión o violencia basado en el género, que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad —ya sea en la vida pública o privada—, la violencia contra las mujeres sigue siendo un problema social y de salud vigente en todo el mundo. Y detrás de esa violencia –sea física, psicológica, sexual, entre otras— hay alguna jerarquía o superioridad, un desequilibrio de poder.
Las denominadas “microviolencias” o “micromachismos”, estas formas simbólicas o sutiles de la violencia, posiblemente sean de las más extendidas y frecuentes en la cotidianeidad de las relaciones intergenéricas, y también las más difíciles de identificar.
El argentino Luis Bonino las explica como “pequeños, casi imperceptibles controles y abusos de poder, casi normalizados, que los varones ejecutan permanentemente. Son hábiles artes de dominio, maniobras, que sin ser muy notables restringen y violentan insidiosa y reiteradamente el poder personal, la autonomía y el equilibrio psíquico de las mujeres, atentando además, contra la democratización de las relaciones”.
El deterioro de la autoconfianza en las mujeres y la prolongación de su estado de subordinación se mencionan como las consecuencias más frecuentes de estos actos, que perpetúan la permanencia femenina en las redes de las relaciones de subordinación. Por ello es tan importante detectar esas maneras tan sutiles y disfrazadas de ir anulando la confianza en sí mismas y la personalidad, a veces incluso maquilladas de buenas intenciones.
Al decir de una mujer que se confesó víctima de esas situaciones y demoró en verlas, es importante mantenerse alertas: “Tenemos que tener nuestros sentidos muy atentos para percibir si lo que nos está sucediendo es algún tipo de violencia camuflada con tintes de ’me preocupo por ti’ o ’te aconsejo que’”, decía. “¡Atentas!”, advertía. “No todo es lo que parece: y si nos hace sentir temor, es violencia”.
Foto: Archivo AmecoPress
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