Las que ayudan a vivir
Madrid. 06 de noviembre. 17. AmecoPress/Pikara. Pese a que las mujeres son, en su mayoría, las encargadas del trabajo de los cuidados tanto de manera remunerada como cuidadoras informales, los drásticos recortes en la Ley de Dependencia no está convocando a manifestaciones feministas masivas como aquellas que contribuyeron a paralizar en 2014 la reforma de la Ley del aborto. Escuchamos las historias y las demandas de dos cuidadoras y de Eva Nasarre, una de las caras más visibles de esta lucha.
“Cuidar a otras personas es necesario e incluso bonito” es una frase que escucharemos sí o sí si sacamos a relucir el trabajo de los cuidados. Hasta ahí, todo el espectro social parece estar de acuerdo. Pero, ¿qué ocurre cuando entramos a valorar en los espacios privados quién debe asumir las tareas de asistencia de personas mayores o en situación de dependencia? El debate suele darse -si se da- únicamente para asimilar cuidados dentro de los lazos familiares normativos: consanguinidad o parentesco; familia nuclear y familia extensa.
Aparte de la opinión general de que la asistencia es necesaria y de la afirmación de que “alguien tiene que hacerlo”, poco sabemos de estos trabajos que entrarían a formar parte de todos aquellos considerados “reproductivos” -independientemente de que se ejerzan con o sin remuneración- .
Sonia prefiere no revelar su verdadero nombre. Es auxiliar de enfermería en una clínica geriátrica asistida que tiene con convenio con la Junta de Andalucía. La mayoría de personas mayores que atiende a diario se encuentra en situación de dependencia. Hace un tiempo, la auxiliar se planteó escribir las memorias de su experiencia laboral en diferentes centros privados, para “desfogar la impotencia” que siente cuando trabaja: “Yo entro y tengo un listado de personas (15 o 16) a quienes tengo que asear o duchar. No tengo tiempo de secar a esa persona en condiciones, ponerle su crema hidratante, peinarla tranquila. Siento que le doy estrés y ansiedad. Mi objetivo es terminar esa lista”.
Sonia no entiende “cómo algo tan importante como el hecho de que una persona viva su vejez en condiciones, no le importe a nadie”. Ni siquiera a la propia familia, sostiene, que se limita a hacer una visita de 10 minutos y a dar quejas a las auxiliares pero que, según ella, no se preocupa por los factores externos que le imposibilitan hacer bien su trabajo: “Los familiares no luchan conmigo para exigir cambios. Animaría a que protestasen ante la dirección”.
¿Mi profesión? Cambiar pañales
El trabajo de cuidadora en auxiliar de enfermería es un empleo principalmente físico, como otros más masculinizados que sí se reconocen como tales, como el de albañilería. Además, la carga psicológica del primero es mayor. “Terminamos muertas porque ya no es solo que tengamos que levantar a la persona usuaria, asearla o darle de comer; sino que tienes que hacer una serie de cambios de posturas, pasarla a la silla de baño, luego pasarla a la cama… sólo con la ayuda de tu cuerpo. Hacemos ciento y pico de camas entre tres. Los pasillos son larguísimos. Y llega un momento en el que tienes que admitir que tú sola no puedes cambiar el mundo”.
El tiempo con el que Sonia cuenta para duchar a una persona que necesita de asistencia es de 15 minutos “e incluso menos”: “En los baños entramos a la siete y media y a la diez y media ya me están diciendo que hay que terminar, y a lo mejor tengo ese día que encargarme de dieciséis usuarias. 15 minutos por cada persona y en una hora son cuatro; en dos, son ocho… a mí me da tiempo de hacer a diez”.
En el centro donde trabaja Sonia, la jornada es de siete horas (diez la jornada nocturna). El principal problema, asegura, es la falta de descanso teniendo en cuenta el desgaste físico que implica trabajar de auxiliar: “Si acaso trabajas cuatro días y libras uno”.
Estos trabajos, además, se realizan con un alto coste para la salud de las auxiliares: contracturas frecuentes, dolores en la espalda, riñones, ciática y cuello, además de mareos constantes. Sonia asegura que las personas que llevan años trabajando como auxiliares están encorvadas “porque la carga física es brutal”.
Su propuesta para la mejora de las condiciones laborales es permitir que las compañeras puedan desconectar física y psicológicamente con mayores descansos; algo que se conseguiría con la imposición a los centros de una ratio de personas usuarias mucho más realista: “Quien establece la ratio no sé quién es pero creo que nunca ha ido a un centro de trabajo”.
Cree que es un sueldo digno aunque éste no incluye, insiste, el grado de responsabilidad de su profesión ni tiene en cuenta la falta de descanso generalizada que se les impone. Asimismo, asegura que la situación no es fruto de la crisis: “La geriatría está al mínimo siempre: nunca ha estado bien”.
Cuando le pregunto qué impresión tiene la gente de su trabajo, contesta que socialmente no se valora y que, al contrario, se considera una “profesión sucia”, que se limita a “cambiar pañales y lavar culos”; algo que, asegura, también forma parte de su rutina. Sin embargo, como cualquier otra profesional, Sonia ha tenido que adquirir herramientas para ejercer su trabajo día a día.
La auxiliar desea una vejez en la que sienta que “todavía es persona”: “Quiero sentir que sigo siendo soy yo: Sonia. No la de la habitación 30, esa que está en silla de ruedas, a la que hay que darle de comer a las dos y cambiarle el pañal a las tres”. Además, añade: “No estaría en mi residencia ni en ninguna de las que he estado”.
“Ellos quieren que nos muramos”
El Consejo de Europa define la dependencia como un estado en el que se encuentran las personas que necesitan asistencia para realizar los actos “corrientes de la vida”, por razones ligadas a la falta o a la perdida de la autonomía física, psíquica o intelectual. La ley 39/2006, ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a Personas Dependientes establece, tras un análisis previo, tres grados de dependencia que se asignan y que definen la ayuda que deberá recibir la persona: el Grado 1 o Dependencia Moderada en el que la persona asistida necesita ayuda en una varias actividades al menos una vez al día; el Grado 2 o Dependencia Severa en el que se requiere ayuda para la realización de varias actividades diarias dos o tres veces al día; y, por último, el Grado 3 o de Gran Dependencia que implica la presencia indispensable y continua de la persona cuidadora por la falta total de autonomía mental o física de quien se encuentra en situación de dependencia.
Eva Nasarre se encuentra en el tercer grupo a causa de una artritis reumatoide muy severa. La profesora de gimnasia más popular de los 80 en la televisión española, ahora es una de las caras más visibles en la lucha a favor de la Ley. Muy activa en Twitter, denuncia desde su cuenta su situación y mantiene un blog bajo el título Tú mejor día es hoy en el que, entre otras causas, habla del silencio social en el que se vive cuando se necesita de asistencia y cuando se ofrece.
El congreso Mentes Femeninas 2014 contó con su presencia como ponente como forma de poner en valor la situación de las mujeres cuidadoras. Las palabras de Nasarre produjeron en el encuentro una especie de catarsis colectiva: llantos, testimonios y debate abierto en una cuestión que a todas las mujeres toca de cerca y que, sin embargo, no ha convocado a concentraciones masivas desde el feminismo, como en el caso de la unión de las mujeres por la retirada del proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, promovida por Gallardón el pasado año.
Según Nasarre, “cuando se habla de personas dependientes siempre viene la imagen de una persona mayor” pero “dependiente”, afirma, se puede ser a cualquier edad. “Con copagos y recortando ayudas, se cruza la línea de la exclusión social”. La profesora tiene claro por qué el Partido Popular se comprometió en Bruselas a hacer un recorte 1.108 millones de euros a la ley en mayo de 2013; una cantidad superior a los 1.087 millones que figuraban en los presupuestos de 2013 y que, por tanto, dejaría a la Ley con un presupuesto cero: “Nos colocaron primeros porque no tenemos capacidad de movilizarnos, de responder como otros colectivos. No podemos salir a la calle a manifestarnos. Quieren que nos muramos”. No han derogado la Ley porque no han podido, pero la han vaciado de contenido, critica.
Cuidadoras informales. La vida de Toñi
Según una investigación realizada por el INSERSO, más del 83% de personas cuidadoras en el entorno familiar son mujeres. Esta cifra que se encuadra dentro de un panorama nacional en el que, del total de tareas de cuidados que precisa una persona en situación de dependencia, el 71,9% de las mismas son asumidos por familiares y personas allegadas. Su labor se sigue considerando un asunto privado.
Toñi es una mujer andaluza de 57 años edad. Estuvo a cargo de su madre desde su infancia y, cuando se casó con 21 años, la trajo consigo para seguir cuidándola. La nueva etapa de asistencia tuvo una duración de 14 años en los que su madre pasó a ser Gran Dependiente, sin movilidad alguna y sin habla. Entonces, no existía -ni por asomo- una ley de dependencia.
Casarse no implicó para Toñi una nueva situación familiar con mayores libertades ya que su padre y su hermano también se fueron a vivir con ella, a pesar de que estos dos últimos estaban en plenas facultades físicas y psicológicas. Si volviera atrás en el tiempo, afirma que volvería a cuidar de su madre pero no de su padre y su hermano: “Creo que fue por la edad, con 21 años no tenía la madurez que tengo ahora”. Sostiene que ellos no sentían la obligación de hacer nada.
El cuidado de su madre, la casa, su marido, sus cuatro hijos e hijas y el resto de su familia implicaba para ella estar 24 horas dedicada a otras personas sin ayuda: “Me levantaba muy temprano y me acostaba muy tarde, era una lucha continua, sin parar. No sé cómo me las apañaba”. A fuerza de medicamentos, tomas y visitas médicas, su trabajo no se diferenciaba en nada del que pudiera ejercer una profesional.
La andaluza insiste en que lo peor de todo fue la falta de reconocimiento y consideración hacia su trabajo y las críticas que recibía, principalmente, del entorno familiar. Esa falta de apoyo agravó el estado de ansiedad en el que se encontraba. Por otro lado, aunque Toñi reconoce que su labor de cuidado trajo consigo muchas alteraciones psicológicas, no considera que esto haya sido fundamental para su empeoramiento en el plano físico ya que padecía y padece una esclerodermia o esclerosis múltiple que sus médicos no supieron identificar a tiempo.
Cuidar con dignidad
Según un estudio de la Universidad Sevilla Pablo de Olavide y del Instituto Andaluz de la Mujer, el trabajo doméstico sin remunerar representaría en Andalucía 167.500 millones de euros, una cifra que supera el PIB de la comunidad, estimado en 140.000 millones de euros. El 62,5% de esa riqueza está producida por mujeres de forma que cada andaluza realiza cada año trabajo gratuito por valor de 30.237 euros. El doble de lo generado por un hombre, de 18.822 euros. La medición del impacto económico del trabajo doméstico tiene en cuenta labores como el cuidado, la limpieza del hogar o la responsabilidad de alimentar al grupo familiar.
Las cuidadoras entrevistas apuntan que los trabajos son duros y que las condiciones para poder ejercerlos son nefastas pero que cuidar es algo que Sonia ejerce por vocación y que Toñi lo hizo por decisión y amor a su madre. “Cuidarla”, insiste, “fue muy hermoso. Me reía mucho con ella”.
Sonia también destaca lo bonito de cuidar a otras personas: “Que no te quiten las ganas de hacerlo, aunque esto es algo que ocurre cuando no te dan tiempo, cuando el cuidado se convierte algo extremo a nivel físico y psicológico. Lo humano parece que no importa”, asegura.
Con todo, los mínimos pasos que se han llevado a cabo para la puesta en valor de estos trabajos en la espera pública han sufrido retrocesos por otros lados. Por otra parte, en la llamada “esfera privada” las falta de consideraciones para con las cuidadoras son frecuentes.
Ante la pregunta “cuánto tiempo te quedaba para cuidarte a ti misma, Toñi me sonríe como si le acabara de contar un chiste y dice: “Ninguno”. “¿Y alguna vez te han dado las gracias?”, añado. “Nunca. [Pausa] Al contrario…”.
Fotos Archivo AmecoPress tomadas de Pikara magazine.
Voces de mujeres - Situación social de las mujeres - Empleo - Empleo y género - Dependencia; Madrid. 06 de noviembre. 17. AmecoPress/Pikara Mar Gallego.